Viaje a los Balcanes. Me esfuerzo en entender algo.
-¿Dónde has estado de viaje?
- En los Balcanes
- ¿Y qué tal?
- Muy bien. Sorprendente.
- ¿Hay mucho de la guerra?
Es una conversación que mantuve con una amiga después de regresar de un viaje de quince días por Albania, Macedonia del Norte, norte de Grecia, Kosovo y Montenegro. El prejuicio es el inicio de cualquier viaje y el turista viaja para confirmarlo. En una segunda parte de la historia requiere una voluntad para cambiar este prejucio inicial y darle nueva forma, de modo que quede como un espectro desdibujado bajo las experiencias e informaciones nuevas. Pero no es una cosa de mi amiga. Mi mochila inicial también tenía la ligereza de esta aproximación básica. Además, a la mayoría de Europeos que hoy tienen entre 40 y 110 años les funciona a la perfección el trinomio Balcanes-Yugoslavia-guerra. Entre ellos, los de más de 60 hablarían todavía de Yugoslavia al referirse a la zona en lugar de utilizar los nombres de las distintas repúblicas en las que ha derivado la antigua República Socialista Federal de Yugoslavia. Con esta lógica inicial más de uno podrá sorprenderse de que hablemos de Albania y de Grecia. Sí, son Balcanes. De hecho, para completar el mapa , todavía tendríamos que incluir Bulgaria, parte de Rumanía y la Turquía europea. Actualmente serían once los países que tendrían parte, o todo el territorio, en lo que hoy conocemos como Balcanes.
Efectivamente el primer problema que se nos plantea es geográfico. Trazar lineas, fronteras, incluso evitarlas para comprender mejor que comunidades humanas y fronteras políticas no van siempre de la mano, y aún, son el origen de muchos conflictos. Así, si hacemos una primera búsqueda de mapas de los Balcanes podremos comprobar algunas diferencias. Algunos incluyen toda Rumanía y Moldavia e incluso Turquía. Otros excluyen el sur de Grecia, la península del Peloponeso. Por tanto, en un primer momento sería conveniente decidir unos límites, simplemente porque la geografía nos hace sentir mejor, es un factor comprobable sobre un mapa. Insisto en que siempre deberemos ser conscientes de que es difícil que los límites geográficos coincidan con los límites de una comunidad humana, de una étnia. Una montaña no se mueve. Una persona, y más hoy en día, puede dar la vuelta al mundo en muy pocas horas. Considerando esto, ya podremos trazar unas lineas. Habría, por lo tanto, una península limitada por el mar Adriático, el Jónico por el oeste; el Egeo, el Mar de Mármara y el Mar Negro por el este, y por el río Danubio en el norte. Este marco geográfico comprende un territorio accidentado de montañas abruptas y ríos que se precipitan en el mar sin facilitar los llanos y por tanto un lugar adecuado para la comunicación interpersonal o interpoblacional y el comercio.
Estas particularidades geográficas han tenido dos consecuencias
a nivel de evolución geopolítica y humana. Por un lado, una costa humanizada que ha progresado al abrigo de las potencias
marítimas de cada época: fenicios, griegos, romanos, venecianos y
otomanos, entre otros. Por otra el interior, donde el desarrollo ha
sido limitado por una geografía accidentada y que ha dado como
resultado una economía de supervivencia basada en la ganadería y en
una agricultura no mucho más que suficiente. Las prácticas humanas
que se han generado en el interior, ancestrales y estáticas, han
ayudado a crear la idea de lo impenetrable y en consecuencia, el mito
del monstruo. Porque los Balcanes han sido el retrato en la recámara
en la que Europa ha querido pintar sus demonios. De ahí el mito de
Drácula, del ser deshumanizado y cruel, agreste y totalmente
incomprensible, indeseable y a la vez atrayente, con un aura
medievalizante o atávica que llama al deseo y a la perdición. La
Europa de París, Londres, Viena y Roma necesitaba esta recámara de
los Balcanes donde cerrar el monstruo o la cara B, sus responsabilidades; sus pecados.
Pero si continuamos hablando de geografía y de la influencia que ésta ha tenido en la formación del carácter y del mito, debemos incluir al Danubio como vía de comunicación primordial, y por tanto, de irradiación de economía, cultura, entendimiento y conflicto. Los Balcanes son también un lugar de encuentro accidentado que ha derivado en una historia que ha ido a remolque de la oficial europea: de las dos guerras mundiales, de las ideologías mal digeridas que venían de la Ilustración, de las historia de las religiones y sus movimientos para conquistar almas. Las últimas guerra balcánicas, acontecidas en el cambio de siglo, dejaron al descubierto que el territorio venía de siglos de dominación y todavía no habían tenido tiempo de crear un relato propio de poder.
La geografía importa. Pongamos un ejemplo comparando tres penínsulas en el mediterráneo. Alguien, incluso, cuestionaría si el término península es válido cuando hablamos de los Balcanes. El territorio interior de la Península Itálica o de la Península Ibérica siempre han sido porosos, sus características posibilitaban una comunicación amable y efectiva con la costa. La península Itálica es estrecha. La efectividad de las comunicaciones es evidente a simple vista. La península Ibérica, a pesar de mantener un cuerpo de territorio más consistente, ofrece unas condiciones más amables para la economía y las comunicaciones que el interior de los Balcanes . La Meseta Ibérica, pese a las distancias con el mar, estaba provista de pasos naturales que posibilitaban las comunicaciones. Los Balcanes, en cambio, son un territorio difícil, poco coordinado geográficamente. Esto ha favorecido que las potencias imperiales vecinas la penetraran por distintos flancos aprovechando la falta de unidad.
Los historiadores remarcan que entre los s VIII y XII los eslavos descendieron desde el norte y se establecieron en la zona absorbiendo o integrando a los pobladores anteriores. Trajeron sus hablas y provocaron que en el siglo XX alguien empezara a hablar de Yugoslavia, que significa los eslavos del sur. Salvo el Griego y el Albanès, y otras lenguas accidentales y muy minorizadas, todas las lenguas que se hablan en la península son de origen eslavo. La lengua, por lo tanto, si las cosas fueran tan fáciles, podría haber constituido un motivo de unidad. Paralelamente al ingreso de los eslavos en el territorio, se impuso el poder que emanaba de Bizancio y Roma con dos modelos formales y morales de cristianismo. Ambos procuraron una primera diferencia suficiente que justificara el reparto de su poder en dos comunidades diferenciadas. Y poco después vinieron los otomanos con un islam flexible que tuvo la suficiente influencia, o poder, para provocar muchas conversiones de eslavos a la nueva religión.
Todo esto es un proceso histórico de muchos siglos que la historiografía de corte eurocéntrico se ha esforzado en encapsular dentro de un relato histórico comprensible y favorecedor para sus intereses. Desde este esquema de poder y de valores se ha querido transmitir una idea de los Balcanes como un territorio de violencias insalvables, en ocasiones convenientes, donde el origen de todos los males ha sido la diversidad. Un relato que a poco que lo pensemos hace aguas por todas partes. La diversidad por sí misma nunca puede ser motivo de ningún conflicto si no se utiliza según los intereses de los poderes reales (económicos, políticos...) En ningún caso esta diversidad será una prueba evidente de la violencia vivida. ¿No será, por el contrario el miedo a esa diversidad, la voluntad de dominar al otro bajo un paraguas de poder más amplio, la que ha sido generadora de violencia ? ¿No habrá sido el nacionalismo exclusivo más culpable que el inclusivo? Es algo que nos invita a cambiar de perspectiva. Sin embargo, las causas son múltiples y con impresiones sutiles.
El puzle de los Balcanes está servido pero las piezas están sin encajar. Encima de la mesa hay un tendido de visiones mínimas y muy parciales que muestran poco más que una composición al azar y de gran belleza que ejerce una nueva atracción. Todos estamos contaminados por la propia experiencia pero también por los relatos predominantes. Al final siempre descubriremos que algunas piezas se han perdido y nunca podremos completar la imagen completa. Quizás la metáfora del puzzle no sea la adecuada y debamos conformarnos, a pesar de nuestra tendencia a hacerlo encajar todo, con las formas y colores que nos proporciona una visión a través de un caleidoscopio.
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